julho 29, 2004

Espectáculo y negocio en Boston



por Joaquim Utset

BOSTON - Las convenciones nacionales modernas son carnavales políticos predecibles hasta el mínimo detalle, con globos que descienden en el momento oportuno, pancartas que se levantan mágicamente al unísono y oradores que misteriosamente repiten los mismos conceptos en sus discursos, como escritos por la misma mano.

Bueno, casi siempre lo son. Lejos de las cámaras y del FleetCenter, la Convención Nacional Demócrata toma un cariz inesperado y colorido.

Que se lo pregunten al presidente del Partido Demócrata de la Florida, Scott Maddox, quien tuvo que emplearse a fondo ayer cuando un par de jóvenes pacifistas se apoderaron por sorpresa del micrófono durante el desayuno de la delegación en el hotel Boston Marriott.

Ni corto, ni perezoso, Maddox, en una maniobra que podría envidiar el saliente ariete de los Dolphins Ricky Williams, empujó violentamente a uno de los muchachos antes de que pudiera articular algo inteligible.

Fuera de la sala, antes de que los guardias de seguridad se los llevaran, los adolescentes declararon que los republicanos y los demócratas son lo mismo. Dentro de la sala, Maddox comentó que situaciones como ésta demuestran por qué se le debe decir ''no'' a las drogas.

El argumento de las similitudes de los dos partidos del ''sistema'' ha sido repetido en estos cuatro días por las incansables huestes de pacifistas, que han ejercido el papel de desleal oposición a los dirigentes demócratas y al senador John Kerry, los cuales se oponen a la retirada prematura de las fuerzas desplegadas en Irak que exigen los manifestantes.

Pese a ser incisivos, de todos modos, los manifestantes han resultado ser mucho menos de los esperados, y el Boston Globe señaló que hasta ayer sólo habían arrestado a una persona.
Los que sí no faltaron fueron los artistas y los famosos. Fuera de Beverly Hills, Boston debía ser la capital de la farándula, y Ben Affleck, su alcalde. El ex novio de Jennifer López trabajó a destajo durante estos cuatro días, entre entrevistas y las populares visitas a delegaciones a la hora del desayuno.

Y es que una convención comienza a perder el tono serio cuando uno se cruza en la cola de la cafetería Starbucks con Jerry Springer, el presentador de los programas donde los panelistas acaban a manotazos, o en el vestíbulo de un hotel lleno de delegados le corta de golpe el paso el actor Jerry Stiller, quien viste tan estrafalario como en Seinfeld.

Mientras, en la calle, se puede ver una una discusión inesperada entre la estrella liberal del momento, el documentalista Michael Moore, y el periodista conservador de Fox News Bill O'Reilly, como me relató una delegada.

Claro, toda improvisación y espontaneidad se termina cuando uno entra al escenario de la convención. Se puede adivinar sin mirar el programa qué orador es el siguiente con sólo vigilar a unos jóvenes en armillas fosforescentes que entregan a los delegados las pancartas, y señalan el momento de levantarlas cuando se pronuncia la frase clave, como ''Hope is on the way'' (La esperanza está en camino), que marcó el final de la intervención del senador John Edwards.

Pero olvídese de conseguir uno de esos carteles como recuerdo si no es un delegado: desaparecen más rápido que la memoria de las máquinas de votar de Miami-Dade. Para conseguir souvenirs, incluso en la convención del llamado partido del pueblo hay que rascarse el bolsillo en los puestos de venta desplegados por todas las esquinas.

Al fin, las convenciones, como la política moderna, no dejan de ser una mezcla de espectáculo y negocio.

El Nuevo Herald