dezembro 29, 2004

Descansa en guerra



por Alejandro Armengol

Al final, la política y la enfermedad lograron que Susan Sontag perdiera la batalla (una metáfora que ella despreciaba) y no lograra ver la derrota inevitable --aunque pospuesta temporalmente-- de la política del presidente George W. Bush. Lo peor no es sin embargo su muerte, sino presenciar otra señal de que el pensamiento intelectual progresista, que esta norteamericana inquieta ayudó a definir e imponer, está en franca retirada. Más allá de la pérdida de una ensayista brillante, hay que lamentar su falta ahora que se reducen las posibilidades de escuchar y leer opiniones críticas sobre el camino escogido por Washington. Una entrevista a la Sontag --apenas un par de afirmaciones dichas al reportero de ocasión-- significaba una esperanza en medio de tantas conferencias de prensa inútiles y discursos llenos de mentiras. Hoy esta esperanza ya no existe.

Nadie como Susan Sontag representó el compromiso intelectual -en el mejor sentido del término, lejos de los vicios partidistas- en la segunda mitad del siglo apenas concluido.

Fue la voz y la representación de la vanguardia artística y política cuando ésta aún constituía un futuro. Luego se convirtió -siempre lo fue- en parte de la conciencia crítica de un mundo empeñado en repetir errores, pese a la desaparición del bloque soviético, la caída del Muro de Berlín y el fin de la represión comunista en buena arte del planeta. Ella estuvo presente en algunos de los principales conflictos mundiales tras la desaparición de la Unión Soviética, para llamarnos la atención de que aún quedaba mucho por hacer. Esta participación destacada no la libró de cometer errores, pero le dio la posibilidad de enmendarlos. Nunca se detuvo a la hora de cambiar de opinión. Con el mismo fervor lanzó una idea, apoyó un proceso y luego modificó su punto de vista cuando se dio cuenta que iba por el camino equivocado. A nadie le cuadró mejor la definición de "una mujer de carácter''. Su obituario en The New York Times quiso ser más completo a la hora de describirla, y en un sólo párrafo acumuló 42 adjetivos con los cuales se intentó caracterizarla en un determinado momento de su vida. Tanta pasión la acercó a una heroína de novela del siglo XIX, su capacidad de discusión la identificaron sobre todo con la cultura europea, pero su vocación por el cambio y el afán de protagonismo la definieron como un típico producto norteamericano, en lo mejor que tiene este concepto: vitalidad y optimismo.

Aunque Susan Sontag deja una obra narrativa, es en sus ensayos donde radica su importancia. Sus Notas sobre el camp no sólo ayudaron a definir un fenómeno. Este ensayo --que le brindó fama mundial-- abrió el camino a las novelas de Manuel Puig, las películas de Pedro Almodóvar y las interpretaciones de Caetano Veloso. También extendió las fronteras interpretativas de la obra artística y sirvió de estandarte para creaciones cuyo estilo rebuscado se impone sobre el contenido, hasta entonces rechazadas por la alta cultura y que adquirirán gran importancia a partir del movimiento pop. Sontag nos libra de la culpa a la hora de disfrutar del artificio, al tiempo que da cabida a lo cursi dentro de la sensibilidad. A partir de ese momento --para bien y para mal-- el amaneramiento cuenta con criterio estético.

El concepto del camp tuvo una importancia extraordinaria en la cultura homosexual cubana de la década de los años setenta, que atravesaba uno de los períodos de mayor represión. Identificados con un criterio que reivindicaba buena parte de sus gustos, muchos homosexuales --obligados a escoger entre el clóset y la cárcel-- repetían el hombre y los criterios de una autora por entonces identificada con el proceso revolucionario.

Vieron en ella no a una madrina, pero sí a una defensora, al menos en el campo estético, que podían mencionar en cualquier intento de ridiculizarlos. En su "larga y arbitraria lista'' --según la definió Guillermo Cabrera Infante-- de notorios fenómenos camp, Sontag incluyó a "la popular cantante cubana La Lupe''. Su desconocimiento de la música cubana le impidió agregar otro nombre: Bola de Nieve, el intérprete que mejor representa al camp musical cubano, y del que Veloso es un deudor reconocido.

Precisamente el caso cubano es uno de los mejores ejemplos de la honestidad que obligó a Sontag a más de un cambio de opinión. De intelectual viajera a la isla y defensora del proceso en sus primeros años, pasó a ser una de sus críticas más destacadas dentro de la intelectualidad de izquierda norteamericana. Luego de firmar la carta de protesta por el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla --y abogar posteriormente en favor de su salida de Cuba-- siempre que fue necesario volvió a criticar al régimen. La última ocasión ocurrió en Colombia, donde increpó a Gabriel García Márquez por su renuencia a asumir una posición en defensa de los disidentes encarcelados en la primavera del 2003.

Toda muerte provoca inevitablemente la evocación de la persona viva. Fue una tarde de sábado, en el vestíbulo del Hotel Intercontinental de Miami, cuando por primera y única vez estuve sentado frente a Susan Sontag en un ambiente informal, gracias a que se encontraba allí Cabrera Infante --que terminó siendo su amigo durante muchos años de exilio. Yo había salido de Cuba pocos meses atrás y luego de las presentaciones generales, el grupo reunido se dividió en conversaciones de dos y tres que hablaban en uno y otro idioma y casi al mismo tiempo.

Durante un buen rato me limité a mirar a esa mujer que consideraba y era una celebridad desde mucho antes, cuando en La Habana oí hablar por primera vez del camp y desprecié la idea como pura mariconería. Su figura no dejaba de ser imponente, y el rostro duro y el mechón de pelo blanco contribuían a darle una autoridad más física que intelectual, ya que desconocía la mayor parte de su obra. Pero al mismo tiempo, había en ella una vitalidad y una franqueza en su sonrisa que impedían que me sintiera intimidado. Por entonces tampoco sabía que esa vitalidad obedecía a una poderosa fuerza de voluntad, gracias a la cual había conseguido sopreponerse a un cáncer del pecho, una mastectomía y las enormes dosis de radiación a las que se había sometido, tras obligar a los médicos a que la sometieran a un tratamiento tan radical cuando le daban pocas esperanzas de sobrevivir.

Susan Sontag parecía ajena a todo eso -no sólo a mi presencia- y se limitaba a chismear con alguien a su lado. Imaginé que estaban haciendo trizas a medio mundo intelectual neoyorquino o más allá de Manhattan. Esa es la polemista que vi aquella tarde y que nunca realmente llegué a conocer. Salvo por sus libros. Lo mejor de una vida que tanto luchó por conservar para seguir peleando siempre, imperecedera más allá del recuerdo breve de una tarde miamense.

(C)AA2004