ALLENDE / El final
Según un libro basado en el testimonio de dos ex agentes secretos cubanos, Salvador Allende fue asesinado por instrucción de La Habana.
Salvador Allende no se suicidó, ni murió bajo las balas de militares golpistas el 11 de septiembre de 1973. Durante el asalto al Palacio de La Moneda, el presidente de Chile fue cobardemente asesinado por uno de los agentes cubanos encargados de su protección. En medio de los bombardeos de la aviación militar, el pánico se apoderó de sus colaboradores y el Presidente, en vista de la desesperada situación, pidió y obtuvo breves ceses de fuego. Al final, estaba decidido a cesar toda resistencia. Allende, muerto de miedo, corría por los pasillos del segundo piso del palacio gritando "¡Hay que rendirse!", asegura un testigo de los hechos.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Patricio de la Guardia, el agente de Fidel Castro encargado de la seguridad del mandatario, esperó a que regresara a su escritorio y le disparó una ráfaga de ametralladora. Enseguida, puso sobre el cuerpo de Allende un fusil para hacer creer que había sido ultimado por los atacantes y regresó al primer piso del edificio en llamas donde lo esperaban los otros cubanos. El grupo abandonó La Moneda y se refugió en la Embajada de Cuba, a poca distancia de allí.
Esta historia del fin dramático de Allende, que a su vez contradice las dos versiones encontradas que han hecho carrera –la heroica muerte en combate y el suicidio–, surge de dos ex agentes de organismos secretos de Cuba, muy bien informados sobre el sangriento episodio y hoy exiliados en Europa.
En un libro recién publicado en París, Cuba Nostra, les secrets d’Etat de Fidel Castro (Nuestra Cuba, los secretos de Estado de Fidel Castro) por Ediciones Plon, el periodista Alain Ammar, especialista en América Latina, analiza y confronta las declaraciones que le dieran Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez, dos ex funcionarios de inteligencia cubanos.
Exilado desde 1979, Vives cuenta que en noviembre de 1973, en un bar del hotel Habana Libre, donde miembros de los organismos de seguridad solían reunirse los sábados para beber cerveza e intercambiar informaciones de todo tipo, escuchó esa escalofriante confesión del mismo Patricio de la Guardia, jefe de las tropas especiales cubanas presentes en La Moneda ese fatídico 11 de septiembre.
Durante años, Vives guardó silencio porque –dice– "era peligroso hacerlo" y porque no había otro responsable cubano en el exilio que pudiera confirmar la versión. Sin embargo, cuando supo que Alarcón Ramírez, alias Benigno, uno de los tres sobrevivientes de la guerrilla del Ché Guevara en Bolivia, también estaba exilado en Europa, la idea de dar a conocer los graves hechos cobró fuerza. Benigno confirma la narración de Vives. Los dos conocieron a Allende y a su familia, los dos vivieron en Chile durante su gobierno, los dos escucharon, en momentos diferentes, la confesión de De la Guardia a su regreso en La Habana.
En el libro se describen con precisión los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular y, sobre todo, el avanzado grado de control que Castro había logrado –mediante espías del servicio cubano de inteligencia, operadores y agentes–, sobre Allende, sus ministros y hasta sus amigos y colaboradores más íntimos. De hecho, la llamada "vía chilena al socialismo" había sido desviada por el castrismo hasta el punto de que en el Gobierno algunos criticaban la injerencia cubana.
Allende no era el hombre que La Habana quería tener en el poder en Santiago. A espaldas suyas, Castro y Piñeiro –su brazo derecho en operaciones de espionaje en Latinoamérica– preparaban para el relevo a Miguel Henríquez, principal dirigente del MIR; Pascal Allende, número dos del MIR, y Beatriz Allende, la hija mayor del Presidente, también del MIR, quien en 1974 moriría en Cuba.
El control sobre Allende se había agudizado tras el primer intento de golpe militar, el 29 de junio de 1973, más conocido como El Tancazo. Cuando Castro supo que los chilenos que rodeaban al mandatario chileno estaban asustados, le hizo saber a Allende que no podía ni rendirse ni pedir asilo. "Si él debía morir, debía morir como un héroe –recuerda Vives–. Cualquier otra actitud, cobarde y poco valiente, tendría repercusiones graves para la lucha en América Latina". Por eso Castro dio la orden a De la Guardia de "eliminar a Allende si a último momento éste cedía ante el miedo".
Poco después de los primeros ataques a La Moneda, Allende le dijo a De la Guardia que había que pedir el asilo político ante la embajada de Suecia, y para hacerlo designó a Augusto Olivares, El Perro, su consejero de prensa. Olivares fue ultimado por los cubanos antes de enfilar baterías contra el Presidente. Según Vives, "reclutado por la DGI cubana, Olivares transmitía hasta los pensamientos más mínimos de Allende a Piñeiro, quien a su vez informaba a Fidel".
Y según Benigno, un guardaespaldas chileno, un tal Agustín, fue también fusilado por los cubanos. Semanas después del golpe, De la Guardia le reveló el fin de Agustín, hermano de un amigo suyo que vive aún en Cuba, y le dio un importante detalle adicional sobre esa trágica mañana: antes de ametrallarlo, el agente cubano agarró con fuerza a Allende que quería salir del palacio, lo sentó en el sillón presidencial y le gritó: "¡Un presidente muere en su sitio!".
Esta versión del asesinato se había dado a conocer un día después la muerte de Allende. Varias agencias, entre ellas la AFP, resumieron en cuatro líneas el hecho, y el 13 Le Monde publicó el cable: "Según fuentes de la derecha chilena, el presidente Allende fue matado por su guardia personal en momentos en que pedía cinco minutos de cese al fuego para rendirse a los militares que estaban a punto de entrar al Palacio de La Moneda". Según Ammar, esa hipótesis "fue enterrada de inmediato" porque no convenía "ni a los colaboradores de Allende, ni a la izquierda chilena, ni a sus amigos en el extranjero, ni a los militares ni, sobre todo, a Fidel Castro...".
La confirmación que esa hipótesis acaba de recibir de Vives y Alarcón podría ser reforzada en el futuro por testimonios de otros funcionarios cubanos que hasta ahora han guardado silencio y por documentos que reposan fuera de Cuba. Las revelaciones del libro son interesantes, no sólo para los historiadores del fracaso de la aventura de la Unidad Popular en Chile, sino para los nuevos amigos latinoamericanos de Fidel Castro, sobre todo para el presidente Hugo Chávez de Venezuela. Chávez y los otros, por más confiables que puedan ser hoy para La Habana, podrían estar siendo objeto de idénticos y siniestros movimientos de control por parte de los mismos servicios que obraron tan bestialmente contra el presidente de Chile.
En el libro de Alain Ammar, los dos ex agentes cubanos que sostiene la versión de que Salvador Allende fue asesinado por instrucción de Fidel Castro, dicen que en un banco de Panamá estaría la prueba reina.
De la Guardia, condenado a 30 años de cárcel durante el proceso contra el general Arnaldo Ochoa Sánchez, y hoy en residencia vigilada, habría depositado en un banco panameño un documento en el que describe, entre otras cosas, el asesinato de Allende por orden de Castro, documento que debería ser revelado tras su muerte. Castro habría tomado en serio esta amenaza y por eso De la Guardia se salvó de ser fusilado, a diferencia de su hermano Tony, quien junto con el general Ochoa y dos otros funcionarios del ministerio del Interior, fue pasado por las armas el 13 de julio de 1989. (Revista CAMBIO)
Salvador Allende no se suicidó, ni murió bajo las balas de militares golpistas el 11 de septiembre de 1973. Durante el asalto al Palacio de La Moneda, el presidente de Chile fue cobardemente asesinado por uno de los agentes cubanos encargados de su protección. En medio de los bombardeos de la aviación militar, el pánico se apoderó de sus colaboradores y el Presidente, en vista de la desesperada situación, pidió y obtuvo breves ceses de fuego. Al final, estaba decidido a cesar toda resistencia. Allende, muerto de miedo, corría por los pasillos del segundo piso del palacio gritando "¡Hay que rendirse!", asegura un testigo de los hechos.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Patricio de la Guardia, el agente de Fidel Castro encargado de la seguridad del mandatario, esperó a que regresara a su escritorio y le disparó una ráfaga de ametralladora. Enseguida, puso sobre el cuerpo de Allende un fusil para hacer creer que había sido ultimado por los atacantes y regresó al primer piso del edificio en llamas donde lo esperaban los otros cubanos. El grupo abandonó La Moneda y se refugió en la Embajada de Cuba, a poca distancia de allí.
Esta historia del fin dramático de Allende, que a su vez contradice las dos versiones encontradas que han hecho carrera –la heroica muerte en combate y el suicidio–, surge de dos ex agentes de organismos secretos de Cuba, muy bien informados sobre el sangriento episodio y hoy exiliados en Europa.
En un libro recién publicado en París, Cuba Nostra, les secrets d’Etat de Fidel Castro (Nuestra Cuba, los secretos de Estado de Fidel Castro) por Ediciones Plon, el periodista Alain Ammar, especialista en América Latina, analiza y confronta las declaraciones que le dieran Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez, dos ex funcionarios de inteligencia cubanos.
Exilado desde 1979, Vives cuenta que en noviembre de 1973, en un bar del hotel Habana Libre, donde miembros de los organismos de seguridad solían reunirse los sábados para beber cerveza e intercambiar informaciones de todo tipo, escuchó esa escalofriante confesión del mismo Patricio de la Guardia, jefe de las tropas especiales cubanas presentes en La Moneda ese fatídico 11 de septiembre.
Durante años, Vives guardó silencio porque –dice– "era peligroso hacerlo" y porque no había otro responsable cubano en el exilio que pudiera confirmar la versión. Sin embargo, cuando supo que Alarcón Ramírez, alias Benigno, uno de los tres sobrevivientes de la guerrilla del Ché Guevara en Bolivia, también estaba exilado en Europa, la idea de dar a conocer los graves hechos cobró fuerza. Benigno confirma la narración de Vives. Los dos conocieron a Allende y a su familia, los dos vivieron en Chile durante su gobierno, los dos escucharon, en momentos diferentes, la confesión de De la Guardia a su regreso en La Habana.
En el libro se describen con precisión los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular y, sobre todo, el avanzado grado de control que Castro había logrado –mediante espías del servicio cubano de inteligencia, operadores y agentes–, sobre Allende, sus ministros y hasta sus amigos y colaboradores más íntimos. De hecho, la llamada "vía chilena al socialismo" había sido desviada por el castrismo hasta el punto de que en el Gobierno algunos criticaban la injerencia cubana.
Allende no era el hombre que La Habana quería tener en el poder en Santiago. A espaldas suyas, Castro y Piñeiro –su brazo derecho en operaciones de espionaje en Latinoamérica– preparaban para el relevo a Miguel Henríquez, principal dirigente del MIR; Pascal Allende, número dos del MIR, y Beatriz Allende, la hija mayor del Presidente, también del MIR, quien en 1974 moriría en Cuba.
El control sobre Allende se había agudizado tras el primer intento de golpe militar, el 29 de junio de 1973, más conocido como El Tancazo. Cuando Castro supo que los chilenos que rodeaban al mandatario chileno estaban asustados, le hizo saber a Allende que no podía ni rendirse ni pedir asilo. "Si él debía morir, debía morir como un héroe –recuerda Vives–. Cualquier otra actitud, cobarde y poco valiente, tendría repercusiones graves para la lucha en América Latina". Por eso Castro dio la orden a De la Guardia de "eliminar a Allende si a último momento éste cedía ante el miedo".
Poco después de los primeros ataques a La Moneda, Allende le dijo a De la Guardia que había que pedir el asilo político ante la embajada de Suecia, y para hacerlo designó a Augusto Olivares, El Perro, su consejero de prensa. Olivares fue ultimado por los cubanos antes de enfilar baterías contra el Presidente. Según Vives, "reclutado por la DGI cubana, Olivares transmitía hasta los pensamientos más mínimos de Allende a Piñeiro, quien a su vez informaba a Fidel".
Y según Benigno, un guardaespaldas chileno, un tal Agustín, fue también fusilado por los cubanos. Semanas después del golpe, De la Guardia le reveló el fin de Agustín, hermano de un amigo suyo que vive aún en Cuba, y le dio un importante detalle adicional sobre esa trágica mañana: antes de ametrallarlo, el agente cubano agarró con fuerza a Allende que quería salir del palacio, lo sentó en el sillón presidencial y le gritó: "¡Un presidente muere en su sitio!".
Esta versión del asesinato se había dado a conocer un día después la muerte de Allende. Varias agencias, entre ellas la AFP, resumieron en cuatro líneas el hecho, y el 13 Le Monde publicó el cable: "Según fuentes de la derecha chilena, el presidente Allende fue matado por su guardia personal en momentos en que pedía cinco minutos de cese al fuego para rendirse a los militares que estaban a punto de entrar al Palacio de La Moneda". Según Ammar, esa hipótesis "fue enterrada de inmediato" porque no convenía "ni a los colaboradores de Allende, ni a la izquierda chilena, ni a sus amigos en el extranjero, ni a los militares ni, sobre todo, a Fidel Castro...".
La confirmación que esa hipótesis acaba de recibir de Vives y Alarcón podría ser reforzada en el futuro por testimonios de otros funcionarios cubanos que hasta ahora han guardado silencio y por documentos que reposan fuera de Cuba. Las revelaciones del libro son interesantes, no sólo para los historiadores del fracaso de la aventura de la Unidad Popular en Chile, sino para los nuevos amigos latinoamericanos de Fidel Castro, sobre todo para el presidente Hugo Chávez de Venezuela. Chávez y los otros, por más confiables que puedan ser hoy para La Habana, podrían estar siendo objeto de idénticos y siniestros movimientos de control por parte de los mismos servicios que obraron tan bestialmente contra el presidente de Chile.
En el libro de Alain Ammar, los dos ex agentes cubanos que sostiene la versión de que Salvador Allende fue asesinado por instrucción de Fidel Castro, dicen que en un banco de Panamá estaría la prueba reina.
De la Guardia, condenado a 30 años de cárcel durante el proceso contra el general Arnaldo Ochoa Sánchez, y hoy en residencia vigilada, habría depositado en un banco panameño un documento en el que describe, entre otras cosas, el asesinato de Allende por orden de Castro, documento que debería ser revelado tras su muerte. Castro habría tomado en serio esta amenaza y por eso De la Guardia se salvó de ser fusilado, a diferencia de su hermano Tony, quien junto con el general Ochoa y dos otros funcionarios del ministerio del Interior, fue pasado por las armas el 13 de julio de 1989. (Revista CAMBIO)
<< Home