junho 23, 2004

¿No hay una excepción para los actores?

A partir de hoje começa a colaborar conosco de modo regular o columnista cubano Alejandro Armengol. Dotado de uma profunda sensibilidade e capacidade de análise, Armengol apresentará aos leitores os seus comentários agudos, oportunos e inexqueciveis. Os seus textos serão publicados no seu idioma original, seguindo um dos padrões do Gambá no sentido de ser uma revista multinacional y multicultural. Suas opiniões podem não ser do agrado de todos, mas lembrem-se que no fim de cada texto há sempre um espaço para comentários. Todos mais do que benvindos. Ou será bem-vindos? [RF]




De eso no se habla: La ineficacia de Ronald Reagan

por ALEJANDRO ARMENGOL / Miami

"No en este caso".
(El Séptimo Sello, Ingmar Bergman)

El 20 de mayo de 1983, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, afirmó: "Y algún día, Cuba también será libre". Veintiún años más tarde, los cubanos siguen aguardando ese día, que el ex mandatario norteamericano hizo poco por lograr.

En medio de unas honras fúnebres exageradas en busca de dividendos políticos —no siempre un gobierno con los índices de popularidad en picada cuenta con la ventaja de un muerto ilustre—, en que la administración republicana aprovechó al máximo hasta la última lágrima, los exiliados cubanos no se quedaron cortos en elogios y agradecimientos.

Una muestra más de la inmadurez y complacencia de una comunidad que aún se inclina ante el juego de unos pocos aprovechados.

El ex presidente Reagan dominó, como pocos gobernantes, un medio tan voluble como la televisión. En el cine siempre fue un actor secundario —un Errol Flynn de las películas B, como él mismo se describió—, pero no ausente de méritos. Quienes en Europa y aquí lo atacaron por su historial cinematográfico —durante sus campañas electorales y al ser elegido presidente— cometieron un grave error. Fueron culpables de un crimen no político sino artístico: el desprecio cultural hacia el B y todo el cine norteamericano (él, por otra parte, recorrió el abecedario completo de Hollywood: de la A a la B y luego a la I, de informante durante el macartismo).

Reagan —¿el actor, el político? ¿no son uno los dos?— supo comunicar, con sencillez y engaño, la ideología y la moral simplista que imperó en el cine norteamericano de los años cuarenta. Una filosofía que no impedía hacer un buen cine, pero retrógrada desde el punto de vista social.

Regreso al pasado

En una época en que Estados Unidos lamentaba un retroceso en su hegemonía moral y política, propuso una solución fácil: dar la vuelta. Levantó el ego de la ciudadanía norteamericana a cambio de mirar hacia atrás. Su mejor película la hizo en Washington y pudo haberse titulado Regreso al pasado.

Una visión negativa que muchos aún apoyan. Desvió hacia abajo los reproches de la clase media y los trabajadores de esta nación. Los culpables del estancamiento social no eran las grandes corporaciones sino los pobres, quienes se beneficiaban de los programas de asistencia pública.



Limitó los problemas sociales al ámbito personal: el estancamiento nacional era consecuencia de los "vagos", incapaces de adaptarse a las exigencias del mercado. El gobierno no era el protector ante los abusos de los poderosos, sino un freno al desarrollo económico. La carga fiscal impedía el avance y el único sector gubernamental que merecía un crecimiento ilimitado era el armamentista. El resultado fue un déficit enorme que costó años superar, pero que hoy parece olvidado.

El gobierno de Reagan ocultó el alcance de la epidemia de sida durante la primera mitad de la década de los años ochenta. Se le atribuye la frase: "Quienes vivieron en el pecado deben morir en el pecado". Es posible que nunca expresara públicamente esa opinión, pero no hay duda que sus creencias morales y políticas eran acordes con el enunciado.

Reagan también jugó un papel fundamental para que el derrocado dictador Sadam Husein sobreviviera a la guerra de ocho años que Irak libró contra Irán, entre los años 1980 y 1988. No sólo brindó informes de inteligencia, garantías de crédito por cientos de millones de dólares al gobierno de Husein y permisos de exportación a Bagdad para equipos de alta tecnología. En febrero de 1982, el Departamento de Estado retiró a esta nación árabe de la lista de países patrocinadores del terrorismo.

Mientras la administración de Reagan criticaba públicamente el empleo de armas químicas por parte de Husein, privadamente alentaba los planes de realizar negocios con él. En aquel entonces, los fanáticos iraníes eran el enemigo ideológico a tener en cuenta.

Cuba: retórica y consignas gratas

Con Cuba, Reagan se limitó a una retórica similar a la de la actual administración, pero con una consigna grata a los oídos de La Pequeña Habana: "Cuba sí, Castro no". Si bien hizo todo lo posible para detener el avance del comunismo en América Central —a cambio de miles de muertos, violaciones sin límites de los derechos humanos y el escándalo Irán-Contra— e invadió Granada, donde una reducida tropa cubana fue puesta en ridículo, también se mostró dispuesto a invitar al gobernante Fidel Castro a que regresara a la comunidad internacional de naciones del hemisferio occidental, si éste estaba dispuesto a sacar a Cuba del "ala de la Unión Soviética". No le preocupaba que Castro fuera un hijo de puta, sólo que no era su hijo de puta.

Fue durante el gobierno de Reagan cuando —una vez más— el gobierno norteamericano intentó un acercamiento con el régimen de La Habana, a través de los diálogos de Alexander Haig y Vernon Walters con enviados cubanos. También fue él quien negó la entrada en Estados Unidos a miles de cubanos que esperaban en terceros países, mantuvo a más de 3.000 refugiados llegados por el Mariel en cárceles norteamericanas, permitió la visita a este país de funcionarios castristas y devolvió a Cuba a Andrés Rodríguez —quien llegó de polizón a estas tierras y terminó en la Isla condenado a nueve años de prisión.

Acciones similares han llevado a cabo otros inquilinos de La Casa Blanca, decisiones judiciales se han producido en otros períodos presidenciales, pero desde hace años se le pasa por alto a Reagan lo que aún no se le perdona a los ex mandatarios demócratas.

¿No fueron estas medidas contrarias a los intereses y declaraciones de quienes ahora lo lloran por la radio de Miami? ¿Se trata entonces de esa vieja costumbre provinciana de no hablar mal de los muertos? Al igual que a cualquier otro jefe de Estado, a Reagan hay que juzgarlo por sus aciertos y faltas al frente de la nación. Si este artículo sólo habla de las segundas, es porque la prensa norteamericana se ha encargado de saturar al lector con los primeros. Idolatría radial hacia el difunto ex presidente en Miami. Reagan —al menos el actor—merecía mejores intérpretes.

(C) Alejandro Armengol