dezembro 19, 2004

El último americano



Por Alejandro Armengol

El jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, James Cason, parece empeñado en ofrecerle pretextos al régimen de Fidel Castro para el cierre de la sede diplomática. Cason viene celebrando una serie de actividades de un valor nulo, respecto al avance de la causa opositora, pero con un contenido propagandístico contraproducente para la independencia de un sector de la disidencia.

¿Qué sentido tuvo que un grupo de destacados opositores votaran simbólicamente en la residencia del diplomático la noche del 2 de noviembre, mientras seguían por la televisión la elección presidencial norteamericana? Porque su gesto estuvo más cerca de una comedia electoral que de un ejercicio democrático. Triste consuelo ese de fingir que se participa en la votación de una nación que no es la de ellos. Fue una soirée ajena a la realidad del país, con participantes vestidos para la ocasión —muchos de ellos con un historial demostrado en favor de la libertad de Cuba— que en esa oportunidad se limitaron a hacerle el juego a un gobierno extranjero. Una cosa es aspirar a lograr un sistema democrático similar al norteamericano, cuyas virtudes y defectos lo sitúan por encima del actual régimen cubano.

Otra muy diferente es participar en una mascarada.


Marta Beatriz Roque.

De nuevo un ejercicio en favor de la "propaganda enemiga" ocurrió la noche del viernes 10 de este mes —en el Día Internacional de los Derechos Humanos—, cuando opositores pacíficos y sus familiares colocaron sus deseos de una Cuba democrática en un cofre que fue enterrado en suelo estadounidense. Es decir, en el jardín de la residencia del principal diplomático de EEUU en La Habana. Meter en una tumba extranjera un cofre donde también se incluyó una copia del discurso que el presidente George W. Bush pronunció el 20 de mayo de 2002 —cuando anunció una revisión total de la política norteamericana hacia Cuba, la cual trajo como consecuencia una limitación de los viajes y el envío de remesas a la isla, medidas que han sido fuertemente criticadas por un sector del exilio y la mayor parte de los residentes en la isla— es decir a las claras que se apoyan esas normas. Quienes participaron en el acto tienen todo su derecho a expresar su apoyo a esas normas, pero deben estar conscientes que se definen en favor de una política que en el mejor de los casos puede ser catalogada de controversial.

Las fotografías tomadas en las dos actividades han sido distribuidas por las agencias de prensa. ¿Cabe dudar que serán utilizadas para ejemplificar una dependencia demasiado estrecha entre la disidencia y la actual administración norteamericana, y también para recalcar el supuesto financiamiento —por parte del gobierno de EEUU— de grupos opositores?

Vale la pena contrastar la celebración nocturna en la residencia de Cason con la sencilla ceremonia llevada a cabo en una pequeña sala de una vivienda de Centro Habana. Allí una veintena de esposas y madres de presos políticos, conocidas como las “Damas de Blanco” efectuaron un ayuno y exigieron la liberación de sus familiares encarcelados.



Osvaldo Paya

Entre los participantes del entierro del cofre de deseos, en el jardín de Cason, estuvieron Oswaldo Payá, Martha Beatriz Roque, Félix Bonne, René Gómez Manzano y Manuel Vázquez Portal. De acuerdo a la agencia de noticias Associated Press, al ser consultado por los periodistas, Payá rechazó que la actividad fuera una provocación al gobierno cubano, pues cada persona debe expresar lo que piensa.

Al asistir a cualquier lugar —sin detenerse a pensar si el hecho será o no del agrado del régimen de La Habana—, cualquier cubano realiza un acto de independencia. En este sentido tiene razón Paya. No hay que cruzarse de brazos y esperar por una apertura, que nunca ocurrirá. Pero un disidente no es un simple ciudadano. Es una persona obligada al ejercicio político, con todas las connotaciones positivas y negativas que encierra esta acción. Cabe preguntarse entonces por la utilidad de realizar un acto simbólico que puede interpretarse como un gesto de dependencia.

James Cason

Al ser Cason el dueño del terreno. Es decir, el usufructuario actual del pedazo de tierra donde se realizó el "entierro", le cabe el derecho de incluir en “la tumba” del cofre —a la que se le echó tierra encima y se le colocó luego una lápida— lo que considere conveniente.

Por eso el jefe adjunto de la misión diplomática, Alex Lee, agregó otros objetos a la caja.

Como se trató de un acto simbólico, hay que detenerse brevemente en el apellido de este funcionario. Imaginar que algún cubano presente recordó en esos momentos a otro diplomático de igual apellido. El último embajador norteamericano en la isla —antes de que se lograra la independencia de España— fue el general Fitzhugh Lee, sobrino del célebre Robert E. Lee. De surgir el recuerdo, debe haber traído a la mente una mezcla de temor y esperanza.

Este otro Lee —olvidemos el posible parentesco, sin despreciar el valor simbólico del nombre— colocó también objetos valiosos en el cofre: un volumen de Rebelión en la Granja, la novela de George Orwell, una copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un broche con el número 75, en alusión a los opositores encarcelados en la primavera de 2003. Sin embargo, ni la cifra ni las dos obras valiosas —unidas a los deseos de los disidentes— están en justa compañía al lado del discurso de Bush, también agregado a la caja, cuidadosamente atornillada y enterrada. Asociar de esa manera el futuro de Cuba a la voluntad de un mandatario extranjero es empeñarlo. Al menos simbólicamente. Aunque se limite a un momento, en una noche de finales de este 2004 que ha sido especialmente difícil para la sobrevivencia de la oposición pacífica.

El año que comenzará dentro de pocos días se avecina marcado por una intensificación en el endurecimiento de las sanciones económicas hacia Cuba. Con el reforzamiento de las filas republicanas en el Congreso, otros dos cubanoamericanos en Washington— uno, Carlos Gutiérrez, como secretario de Comercio, y otro, Mel Martínez, en el Senado— se habla de pasar a una política más activa en favor del embargo. Los actuales legisladores cubanoamericanos acaban de anunciar la posible creación de un grupo (The Cuba Democracy Group) que busca pasar a la ofensiva, con la intención de limitar las ventas de alimentos norteamericanos y la aplicación plena de la Ley Helms-Burton. Falta por ver cuanto lograrán avanzar en ese sentido, pero es indudable que su poder político se ha fortalecido tras la victoria de Bush y el Partido Republicano.

Con la llegada de Condoleezza Rice como secretaria de Estado es muy posible que se materialice una actitud de abierta confrontación hacia Castro. Si a esto se suma un ascenso en la institución diplomática del actual subsecretario para el Control de Armas, John Bolton, que en repetidas ocasiones ha acusado al régimen cubano de contar con un programa limitado de investigación, que podría ser utilizado en el desarrollo del bioterrorismo, el aumento de las tensiones entre Washington y La Habana es inevitable. Una consecuencia lógica en este sentido sería el que EEUU decidiera suprimir sus contactos diplomáticos con la isla. De darse estas circunstancias, tendríamos entonces una explicación adecuada a la actitud de Cason.

Un aspecto fundamental —de producirse una situación de este tipo— es que una salida de los diplomáticos norteamericanos acreditados en La Habana casi seguro conllevaría al fin del pacto migratorio entre los dos países. Hasta ahora, Washington ha cumplido al pie de la letra —incluso sobrecumplido— el programa de otorgamiento de visas.

Para la mayoría de los miembros de la “línea dura” en Miami, un paso coherente —aunque extremo—con la actual actitud del gobierno norteamericano de aumentar la presión económica contra Castro, es poner fin o reducir sustancialmente las salidas definitivas, al tiempo que eliminar las visitas salvo casos de urgencia por enfermedad o muerte de familiares cercanos. Una medida así estaría acorde con la teoría de aumentar la presión de la caldera hasta que reviente. En su favor influye la percepción de que es muy difícil que Castro decida arriesgarse a lanzar un éxodo masivo, que sería interpretado como un acto de guerra por la actual administración. Una ganancia secundaria para el “exilio histórico” estaría constituida por la eliminación de la entrada constante de una inmigración que se distancia de sus puntos de vista tradicionales —que favorecen la supresión o reducción drástica de la dependencia económica existente entre las familias residentes en la isla y sus parientes en suelo norteamericano— aunque de momento continúa careciendo de poder electoral para propiciar un cambio de actitud en Washington. La “línea dura” ganaría por partida doble. Al tiempo que alejaría un peligro potencial aunque no inmediato —más que la amenaza de potenciales nuevos ciudadanos norteamericanos, entre los futuros inmigrantes, se trata de que quienes ya viven en EEUU orienten por completo su vida respecto al país de adopción, como ya ocurrió en el pasado— verían prevalecer sus puntos de vista, con más fuerza inclusive, en las esferas del gobierno. Castro, por su parte, parece estar apostando a esta nueva política.

Afianzándose con sus aliados tradicionales de los últimos años —el presidente venezolano Hugo Chávez, el gobierno chino y un grupo de naciones que no le son hostiles —, al tiempo que busca reducir las tensiones con Europa e intensifica el antiamericanismo dentro de la isla con ejercicios militares que recuerdan la situación existente 20 años atrás. Al menos parece empeñado en cerrar frentes de confrontación, para limitarse a sus enemigos de siempre: Washington y Miami. Llegado el caso, es muy posible que desestime el continuar adquiriendo productos agrícolas de EEUU, al comprobar que estas compras no contribuyen en nada a un cambio de actitud en el Capitolio norteamericano. Todos estos factores llevan a preguntarse si Cason no será —como parte de esta vuelta al pasado— otro "último americano".

(C) AA 2004