¿Qué guerra?
por ALEJANDRO ARMENGOL
Una de las paradojas de la actual campaña electoral por la presidencia de Estados Unidos surge de las ocasiones en las cuales el presidente George W. Bush ha conseguido aparentar una visión en política internacional superior en alcance a la su oponente, el senador demócrata John Kerry. Que el mandatario criticado desde antes de su llegada al poder por el corto alcance de sus objetivos políticos represente la única vía global, a la hora de enfrentar al terrorismo, que esta nación sea capaz de poner en práctica, sólo se explica por el cambio ocurrido tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Para el elector norteamericano, lo que ha quedado demostrado tras los debates es la enorme disparidad en estilo de liderazgo entre ambos aspirantes. Sin embargo, incluso aquéllos que han seguido de cerca la campaña confrontan dificultades en las diferencias sustanciales en caso de existir entre Bush y Kerry, en lo que constituye una amplia estrategia tanto militar como política frente a la amenaza del terrorismo internacional. No se trata de las divergencias frente a las cuestiones inmediatas como la situación en Irak y la seguridad nacional interna las que para muchos aún no están claras. Se trata de la existencia de un plan orgánico que Kerry dice tener, pero el que aún no ha tenido la difusión necesaria que se distinga claramente del de su contrario e indique un rumbo distinto al emprendido por EEUU hasta el momento.
Pese a la polarización política extrema que caracteriza a la sociedad norteamericana en estos meses, no hay evidencias de que estén en juego dos filosofías opuestas frente a los acontecimientos internacionales. Las campañas destacan más aspectos personales que enfoques ideológicos. Los republicanos atacan a Kerry al presentarlo indeciso, inclinado a cambiar de opinión ante la menor contrariedad e incapaz de conducir a un país en guerra. Por su parte, los demócratas pintan a Bush como arrogante, testarudo e incapaz de reconocer sus errores, además de inepto para el cargo.
Kerry y sus estrategas de campaña son en parte responsables de este hecho. Tras el vertiginoso ascenso y la posterior caída del aspirante a la nominación demócrata Howard Dean, quedó demostrado que no bastaba con criticar despiadadamente al mandatario republicano y que las credenciales liberales no conducían a la Casa Blanca. De nuevo se puso en práctica la fórmula clintoniana de buscar un acercamiento al centro. Por otra parte, y hasta hace apenas unas semanas, Kerry tuvo que limitarse a mantenerse a la defensiva. Enfatizar su capacidad como posible Comandante en Jefe de las tropas norteamericanas y tratar de cambiar la imagen de político elitista y distante de la dura realidad de una nación en tiempo de guerra que la campaña de Bush trató de imponer con bastante éxito durante meses.
No fue hasta que Kerry logró atacar con fuerza el desempeño de Bush en la guerra de Irak, que comenzó a recuperarse en las encuestas. Luego vino su victoria rotunda en el primer debate y sus puntuaciones más altas en los dos restantes. La crisis reinante en el país árabe ha continuado ayudando en este sentido, pero aún deja abierta una interrogante. Hasta el momento, dos tácticas electorales se disputan la victoria en las elecciones. La de los republicanos es que el Presidente se empecine en no admitir haber cometido error alguno. La de los demócratas es enfatizar lo contrario. Una de ellas resultará vencedora, pero tras los resultados del 2 de noviembre saldrán a la luz una serie de opiniones diversas en ambos partidos, que de momento se mantienen eclipsadas por la contienda electoral.
La renuencia clásica en la política norteamericana de sacar a la luz los enfoques ideológicos en las discusiones y mantener el discurso limitado a los aspectos prácticos que se derivan de estos principios es un obstáculo permanente que enfrenta el planteamiento a la ciudadanía de las cuestiones básicas que gravitan tras cualquier toma de decisiones. Con un empate virtual en las encuestas hasta el momento, es poco probable que el aspirante demócrata se lance en un terreno especialmente vulnerable, mientras que a estas alturas al titular republicano no le queda otra alternativa que el aferrarse a la repetición. Al final, se llevara la victoria quien logre trasmitir mayor confianza a los electores: un terreno en el que Kerry ha ido ganando terreno a expensas de Bush. Como ha ocurrido en otras ocasiones en la sociedad norteamericana, la psicología se impone sobre la ideología. Pero esto no le resta importancia a una confrontación de ideas que comienza a dominar los comentarios de políticos y expertos.
Dentro de la ideología republicana está resurgiendo con fuerza el debate entre el pensamiento conservador tradicional y los principios propugnados por los neoconservadores. Durante su primera campaña por la presidencia y luego de su llegada al poder, Bush se presentó como el típico representante de una política aislacionista. De una forma sorpresiva, en el año 2000 el candidato Bush le ganó el segundo debate al vicepresidente Al Gore. Uno de los puntos que en aquel momento contribuyó a su triunfo fue el distanciarse no sólo de la visión del entonces presidente Bill Clinton y su política de intervencionismo por razones humanitarias en lugares como Bosnia y Kosovo sino también del sueño de su padre el ex presidente George Bush de un nuevo orden mundial.
En aquella ocasión, la principal diferencia entre ambos aspirantes a la Casa Blanca estuvo en la insistencia de Bush en que EEUU sólo debe enviar sus tropas al extranjero cuando están en juego sus intereses vitales , frente a la insistencia de Gore de hacerlo también en defensa de los valores democráticos de la sociedad norteamericana , como los derechos humanos y la libertad. Todo esto cambió tras los atentados terroristas del 9/11.
A partir de ese momento, la política de Bush se orientó de acuerdo a la ideología de los neoconservadores lo estaba desde antes, pero alcanzó un énfasis que las circunstancias anteriores no habían posibilitado y mantuvo el principio aislacionista en cuanto a la voluntad expresa de que la nación americana debía actuar sola sin contar e incluso oponiéndose a los criterios internacionales cuando veía amenazados sus intereses.
Esta justificación funcionó mientras se mantuvo la esperanza de encontrar armas de exterminio masivo en Irak. Sin embargo, tras el fracaso de esta búsqueda el último informe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) elimina cualquier esperanza al respecto ha surgido la oposición a la guerra en el propio campo conservador. Al tiempo que Bush apela cada vez más a palabras como libertad y valores democráticos a la vez que destaca el hecho de que el mundo es un lugar más seguro sin Sadam Husein en el poder aumentan las críticas a la guerra de los ideólogos conservadores.
George Will, el columnista más brillante e influyente del pensamiento conservador, ha sido quien ha propinado el golpe más contundente en este sentido al gobierno republicano, al cuestionarse los errores cometidos durante la campaña iraquí, los fallos surgidos en el intento de llevar la democracia al Medio Oriente. Will no considera confiable a un gobierno que se lanza a una contienda bajo premisas que resultan al menos dudosas. Sus palabras no sólo son un eco tardío de las dudas expresadas por algunos miembros del gabinete de Bush padre antes del inicio de la guerra contra Irak. Su comentario es un ataque a fondo que refuerza la conclusión de que la actual administración actuó por motivos ideológicos y no fundamentada en la necesidad de defender a la nación frente a un peligro inminente.
Patrick J. Buchanan que desde los tiempos de Bush padre se opuso al derrocamiento de Sadam acaba de lanzar un libro donde explica lo que considera son los errores que han desviado a la derecha del rumbo correcto trazado por Ronald Reagan, y descarga todas las culpas en los neoliberales que han secuestrado la presidencia de Bush . Uno de los principales puntos de esta oposición conservadora es que contrario a los fundamentos del Partido Republicano de disminuir el papel del Estado el gobierno de Bush lo que ha hecho es incrementar la burocracia del gobierno y aumentar los gastos en la ayuda internacional. No hay que olvidar al respecto que la idea de una Dirección de Seguridad Nacional data de los tiempos de Clinton.
Para los conservadores al estilo de Buchanan, EEUU está gastando en el exterior recursos que deben emplearse con fines nacionales. El principio cardinal de América primero ha sido pisoteado por un presidente lanzado a la edificación de naciones y dispuesto a ejercer el papel de gendarme internacional.
Otro de los aspectos cuya discusión tendrá una gran importancia el próximo año con independencia de quien ocupe la Casa Blanca es si realmente este país está en guerra. Ante la crisis nacional causada por los ataques del 9/11, Bush recurrió al término para describir la lucha contra el terrorismo. Al hablar de guerra, el Presidente fijó los parámetros para definir su gestión. Definió un estado de excepción que le abría amplias prerrogativas de acción y limitaba las críticas a su mandato. Por otra parte, la magnitud del ataque posibilitaba que éste fuera considerado un acto de guerra.
No importa que Bush y todos sus funcionarios se apresuraran a decir que esta guerra no sería igual a las anteriores y que la naturaleza de los combates exigiría reglas nuevas. El concepto de guerra implica que se trata de una anomalía en el tiempo, un paréntesis que viola la paz que se supone es la condición normal de la existencia y que se desarrolla en uno o varios puntos geográficos. Ningún presidente norteamericano puede mantenerse por largo tiempo en el poder aferrado al concepto de una guerra permanente. Esta nación no es la Cuba bajo Fidel Castro y el gobierno de Bush no es una dictadura, circunstancia única que permitiría el mantenimiento de ese estado de excepción todo esto bajo la premisa de que no ocurra un ataque terrorista de gran envergadura antes de la votación del 2 de noviembre.
Al hablar de guerra, Bush fijó las condiciones bajo las cuales enfrentar el futuro: puso un principio y un fin a lo que se avecinaba. Ahora al final de su primer o único mandato el Presidente tiene que poco que ofrecer, en resultados positivos que afectan directamente al pueblo norteamericano. Las tropas de esta nación han derrocado a dos dictaduras. ¿Cuántas quedan en el planeta que pueden considerarse igualmente una amenaza para la civilización? Se ha eliminado a un número considerable de terroristas, pero no han disminuido los atentados en todo el mundo. No se ha producido un nuevo ataque en suelo norteamericano, pero la amenaza continúa latente y se conoce de la paciencia mortal de Al Qaida. Ni siquiera se ha logrado capturar a Osama bin Laden. En un memorando al Pentágono que se filtró a la prensa el pasado año el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se pregunta si Al Qaida está reclutando a nuevos terroristas con una mayor rapidez que la que cuentan las fuerzas norteamericanas para capturarlos o exterminarlos.
La duda de Rumsfeld ejemplifica con una honestidad ausente de las declaraciones oficiales la realidad en que vivimos. En una rara muestra de sinceridad, en agosto el Presidente dijo al presentador Matt Lauder, en el programa Today de la televisión americana, que no creía que EEUU podría realmente triunfar en la guerra contra el terrorismo en un futuro cercano. No pienso que se pueda ganar [la guerra], dijo Bush. Luego, tanto el mandatario como sus asesores trataron de distanciarse de una afirmación tan contundente. Hablar desde el inicio de la lucha contra el terrorismo hubiera sido más sensato. También más desolador.
La palabra lucha no tiene principio ni final. Hablar de guerra sirvió de cierto consuelo al pueblo norteamericano, en los días que precedieron a la caída de las torres en Nueva York, porque existe la percepción generalizada de que esta nación no ha sido edificada para lanzarse a una guerra y perderla, a menos de que se carezca de la voluntad para llevarla a cabo. El mito repetido una y otra vez de que el conflicto en Vietnam se perdió en Washington y no en Asia. Si hay determinación y no existieron dudas en este país y el resto del mundo de que era necesaria una respuesta bélica ante los ataques terroristas , EEUU es invencible. Pero esta determinación fue descarriada por la administración, al desviar el objetivo de golpear a los terroristas en favor de una invasión a un país regido por un dictador sanguinario, pero sin vínculos con quienes atacaron el territorio norteamericano y sin el poderío necesario para causar una hecatombe nuclear.
Kerry tampoco es renuente a la hora de hablar de guerra contra el terrorismo. Establecer una distinción entre guerra y lucha ha sido aprovechado por su rival para presentarlo como un aspirante a la presidencia débil y poco confiable. A comienzos de la campaña, Bush realizó este tipo de ataque: Mi opositor ha indicado que no se siente cómodo al usar la palabra guerra para describir la lucha en que estamos enfrascados . En realidad Kerry había dicho que el concepto era debatible. Esta y otras declaraciones similares del presidente son simplemente retórica de campaña, pero resultaron efectivas por un tiempo.
En una entrevista aparecida en The New York Times Magazine, el pasado 10 de octubre, el aspirante demócrata fue claro al indicar que más que ganar la guerra (es decir, exterminar por completo la amenaza terrorista), el objetivo debía ser reducirla a un nivel tan bajo que permitiera el desenvolvimiento normal de la vida. La declaración implica abandonar la cultura del miedo por una donde las fuerzas del orden puedan imponerse sobre el caos. Bush fue rápido en esgrimir las palabras de Kerry al día siguiente de publicado el artículo para apoyar la tesis de que su contrario carecía de una visión correcta a la hora de enfrentar el terrorismo. Volvió a la carga con igual objetivo al referirse a éstas durante el último debate televisado. Pero en ambos casos los resultados han sido menos efectivos que con anterioridad. El electorado ha comenzado a darse cuenta que tras una actitud aparentemente firme puede esconderse un enfoque erróneo. No basta con decir que se va a exterminar a los terroristas: hay que ofrecer pruebas de que se está avanzando en este sentido.
El cambio de enfoque de Kerry, autor en 1997 de un libro titulado La Nueva Guerra, dedicado fundamentalmente a la lucha contra el narcotráfico, contrasta con la política de Bush y sus asesores. herederos o participantes en la guerra fría. Lo que podría llamarse la doctrina Bush se fundamenta en la idea de que existen estados hostiles , que albergan grupos terroristas y son responsables de sus acciones. Este concepto funcionó a la perfección antes de la desaparición de la Unión Soviética. En otra época, países dictatoriales como Cuba dieron albergue y entrenaron a guerrilleros que luego se infiltraban en otras naciones. Pero el concepto no es aplicable, por ejemplo, a la lucha contra la producción y el consumo de drogas. El narcotráfico colombiano ha producido veinte veces más muertes en EEUU que los atentados del 9/11, pero a nadie en Washington se le ocurre bombardear a las ciudades de Colombia. Se puede argumentar que el gobierno colombiano no apoya a las bandas de narcotraficantes. Hace todo lo contrario, al dedicar recursos y hombres a combatirlo. Pero este razonamiento deja fuera el aspecto de la efectividad de esa lucha.
En última instancia, una aplicación consecuente de la doctrina Bush no implicaría tener sólo en la mirilla a Irak, Corea del Norte e Irán los tres países que originalmente formaron el llamado eje del mal , sino a naciones como Arabia Saudita y Pakistán, aliados actuales de EEUU, pero que no por ello han dejado de albergar a terroristas, con la participación en este encubrimiento de figuras con vínculos o pertenecientes a estos gobiernos que no son menos dictatoriales que el implantado por Sadam en Irak durante largos años. En última instancia, lo que Washington considera como guerra contra el terrorismo no es más que una lucha ideológica y política a veces bajo la forma directa de la agresión militar, otras combinando amenazas y premios ,que repite los viejos conceptos de la guerra fría: las alianzas de hoy desaparecen mañana y el aliado circunstancial se torna enemigo, como ocurrió hace años con Sadam. George W. Bush no es el único responsable de esta estrategia sólo quien la ha llevado a sus máximas consecuencias y tampoco es nueva. Por otra parte, el situar al mal fuera de casa siempre ha sido típico de la política norteamericana. Lo sabe Colombia en el caso del narcotráfico: atacar a los productores extranjeros mientras se hace poco por reducir las causas del consumo en las ciudades norteamericanas. También todas las naciones latinoamericanas, que por años ha sufrido el humillante proceso de certificación de EEUU.
De ser electo presidente, Kerry enfrentaría el problema del terrorismo de una forma más policial y menos bélica . No son buenas noticias para la industria armamentista. Tampoco el candidato demócrata se atreve a destacarlo de una forma abierta en sus discursos de campaña. Sabe que la patriotería y el recurrir al nacionalismo aún resultan efectivos: siempre han sido los argumentos preferidos por demagogos y pícaros. Pero esta alternativa con un apoyo internacional adecuado puede rendir mejores resultados que el empecinamiento en una estrategia de ataques injustificados, que hasta el momento sólo ha tenido como resultado el caos, el incremento del precio del petróleo y el aumento de la tensión en la que es hoy una de las zonas más peligrosas del planeta.
(C) AA 2004
vea tambien, La guerra de los cristeros, del mismo autor. Aqui.
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