Pinochet en el fondo fue un ladronzuelo más…
Además de la apertura de múltiples cuentas para el ex dictador chileno Augusto Pinochet y su esposa Lucía Hiriart en Estados Unidos y Gran Bretaña, Riggs Bank, el banco más conocido de Washington, se involucró en acciones de ayuda a ambos clientes para evadir intentos judiciales de congelación de sus cuentas bancarias y escapar de los controles legales, según un informe del Senado estadounidense divulgado ayer.
El informe, presentado el jueves en una audiencia del Subcomité Permanente de Investigaciones presidido por el senador Norm Coleman, dice que Riggs ha maniobrado en favor de Pinochet en varias formas:
- El 26 de marzo de 1999, dos días después de que las autoridades británicas autorizaran una audiencia para determinar si Pinochet, que estaba bajo arresto domiciliario en Londres, debería ser transferido a España, donde era requerido por crímenes de lesa humanidad, Riggs permitió a Pinochet terminar prematuramente un certificado de depósito por 1 millón de libras esterlinas que estaba a nombre de la empresa fantasma de Pinochet en las Bahamas, Althorp Investment Co. Ltd. Riggs transfirió los fondos, por 1,6 millones de dólares, a un nuevo certificado de depósitos en Estados Unidos. Riggs no informó ninguna actividad sospechosa que hubiese alertado a las autoridades británicas o estadounidenses de la existencia de fondos a nombre de Pinochet.
- En marzo del 2000, el ministerio británico del Interior determinó que Pinochet no era apto para encarar un juicio debido a su precaria salud y terminó los procedimientos de extradición. Pinochet retornó a Chile luego de pasar más de 18 meses bajo arresto domiciliario. Pocos días después ese mismo mes, funcionarios de Riggs viajaron a Chile y se reunieron con Pinochet. "Es difícil creer que los funcionarios de Riggs no sabían de la reciente detención y los procedimientos legales de Pinochet cuando se reunieron con él casi inmediatamente después de su salida de Inglaterra y retorno a Chile", dijo el informe.
- En abril del 2000, abogados chilenos presentaron un recurso judicial para retirarle a Pinochet su inmunidad de senador y ser juzgado en un tribunal común. En mayo, mientras seguía el proceso en Chile, Riggs cerró la última cuenta de Pinochet en Londres y transfirió los fondos a una cuenta recién abierta a otra empresa fantasma de Pinochet en las Bahamas, Ashburton Company, Ltd. en un banco de Riggs en Estados Unidos. "Las evidencias indican que altos funcionarios de Riggs fueron informados de, y aceptaron, la transferencia. Otra vez Riggs no informó de ninguna actividad sospechosa a las autoridades".
- En agosto del 2000 Pinochet fue despojado de su inmunidad. En diciembre un juez lo acusó de violaciones de derechos humanos. El 10 de diciembre, un periódico británico informó que Pinochet tenía más de 1 millón de dólares en una cuenta en Riggs en Estados Unidos. A fines de diciembre o comienzos de enero del 2001, Riggs alteró los nombres oficiales de la cuenta personal de Pinochet en Estados Unidos, cambiándolos de "Augusto Pinochet Ugarte & Lucia Hiriart de Pinochet" a "L. Hiriart &/o A. Ugarte". Con el cambio, ninguna búsqueda electrónica del nombre "Pinochet" sería detectado en un banco de datos.
- El 29 de enero del 2001, Pinochet fue puesto bajo arresto domiciliario en Chile. El 15 de mayo, las autoridades de las Bermudas anunciaron que confiscaron bienes en respuesta a un pedido de España y congelaron cuentas de Pinochet en una subsidiaria en las Bermudas de Standard Life Assurance. En respuesta, abogados de Pinochet dijeron que el ex presidente "no tiene cuentas bancarias fuera de Chile".
- Además de ayudarle a evadir los procedimientos legales a Pinochet, Riggs incurrió en "actos cuestionables" en un periodo de dos años, del 2000 al 2002, al facilitarle en Chile el uso de fondos de sus cuentas estadounidenses.
(1) El 18 de agosto del 2000, usando fondos de las cuentas de Pinochet, Riggs emitió ocho cheques de caja, numerados secuencialmente, por un total de 400.000 dólares. Según los reguladores, Riggs pagó entonces el viaje a Chile de un banquero privado allegado para que entregara personalmente los cheques. Pinochet cambió los cheques, uno a la vez, en varios bancos chilenos en el transcurso de meses.
(2) El 15 de mayo del 2001, Riggs volvió a hacerlo. Emitió 10 cheques secuenciales de 50.000 cada uno para un total de 500.000 dólares. Esos cheques fueron girados a nombre de Maria Hiriart y/o Agusto P. Ugarte. Fueron enviados por mensajería expresa. Pinochet, otra vez, los cambió en el transcurso de meses. A diferencia de los cheques del 2000, estos nuevos cheques tomaban los fondos no de una cuenta directa de Pinochet sino de una cuenta de Riggs. "Esta acción significaba que Pinochet podía cambiarlos sin temor de ser rastreado hacia una de sus cuentas en Riggs".
(3) El 11 de octubre del 2001, Riggs repitió la acción por tercera vez, emitiendo 10 cheques secuenciales por 50.000 dólares cada uno, girados a la cuenta de Riggs, por un total de 500.000 dólares. Estaban a nombre de Maria Hiriart y/o Augusto P. Ugarte, fueron enviados por mensajería expresa y cambiados en varios meses.
(4) El 8 de abril del 2002, Riggs realizó el mismo servicio por última vez, con 10 cheques secuenciales y enviados a Pinochet en Chile. Estos cheques estaban a nombres otra vez cambiados por Riggs de "L. Hiriart y/o A.P. Ugarte" y fueron girados sobre una cuenta, ya no de Riggs, sino directamente de Pinochet.
El informe senatorial dice que Riggs transfirió en total 1,9 millones de dólares a Pinochet con la modalidad de los cheques de caja. "Cuando se le preguntó por qué, en cada ocasión, el banco emitió múltiples cheques por montos idénticos en vez de un solo cheque por el global, un empleado clave de Riggs dijo al Subcomité que Pinochet lo había requerido así de modo que pudiera distribuir los cheques a sus descendientes antes de morir".
En el 2002, Riggs creó por primera vez un perfil de cliente en un intento de documentar las fuentes de riqueza de Pinochet. Aun cuando no contenía documentos probatorios, mencionaba retornos tributarios de 1998-2001 por ingresos anuales de 90.000 dólares, una "lista insubstanciada" de ciertos viajes y comisiones que se le debían a Pinochet, dos declaraciones de éste de 1973 y 1989, en las cuales daba fe de sus propios bienes, e "importantes ganancias" en el mercado chileno de valores. Los reguladores determinaron que la información proporcionada "fue insuficiente". [RF]
LA CAZA DEL ZORRO
por Alejandro Armengol
Si Ernesto Ekaizer sólo hubiera pretendido trasmitirnos un análisis de la personalidad y los actos del ex dictador chileno Augusto Pinochet, le habrían bastado unas cuantas palabras. Catalogarlo, por ejemplo, de traidor, cobarde y asesino. Su biografía Yo, Augusto es mucho más que eso.
Sólo así se justifican las 1,022 páginas de un libro donde la figura del hombre que fue dueño de la vida de millones queda a un lado en muchos capítulos, ante el intento de enjuiciamiento que por más de un año preocupó a varios países y mantuvo en vilo una transición. El destino de una nación, que luchaba por abandonar las secuelas del horror para entrar de lleno en la vía democrática, amenazado por un acto de justicia.
La historia a veces se escribe sin ``h'', una letra ausente en la palabra ``ironía''. Valió la pena la tarea del autor de Yo, Augusto. Logró un testimonio que narra las dificultades en el esfuerzo de alcanzar la justicia sin comprometer el futuro. Ekaizer termina el libro con el espíritu en alza, porque a la afrenta de que Pinochet ha eludido la cárcel -todo lleva a presagiar que seguirá eludiéndola hasta su muerte- antepone la salvaguardia de la democracia y el castigo -nunca riguroso, pero castigo al fin y al cabo- de muchos culpables. El fin de la impunidad.
La obra aclara varias inexactitudes. Son conocidas pero vale la pena volver a ellas. Pinochet no fue el artífice del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Se sumó tarde a la conspiración. Dudó hasta el último momento. Si al final se unió a los golpistas fue porque consideró que la balanza se inclinaba a favor de éstos. Luego actuó guiado por sus ambiciones personales. Trató de perpetuarse en el poder, eliminando no sólo a sus opositores, sino también a los que compartieron con él la responsabilidad de la ruptura de la democracia chilena. Supo, en las horas que precedieron al golpe, que éste no tenía justificación política, que el presidente Salvador Allende estaba dispuesto a la realización de un plebiscito que hubiera evitado el derramamiento de sangre. Se sirvió del poder para imponer el terrorismo de estado e intentar la eliminación de todo aquél que postulara una visión contraria a sus miras estrechas.
Pinochet ha vivido lo suficiente para saber que estaba en un error. Pero su soberbia le impide reconocerlo. No sólo se ha negado siempre a pedir perdón. Se mantiene aferrado a una imagen que nunca llegó a ocupar a plenitud: la de caudillo inclaudicable. Nunca lo fue. Es y será hasta el fin de sus días un hombre temeroso, que prefirió acogerse a la patraña de un supuesto deterioro físico y mental. Invocó la clemencia cuando nunca la tuvo ante niños recién nacidos y mujeres embarazadas, a los que mandó torturar sin compasión. Fue un gobernante que aún repite que jamás persiguió el enriquecimiento personal, cuando el libro deja en claro que se aprovechó del poder para su beneficio y el de su familia.
Yo, Augusto no es simplemente el retrato de Pinochet. Durante muchos capítulos el lector casi olvida al anciano que reniega en un acomodado encierro londinense, mientras gobernantes y funcionarios de tres naciones luchan por quitarse de encima la responsabilidad sobre el futuro de ese ser que detestan - y al que preferirían ver - muerto, pero cuyo destino interfiere en sus planes políticos. Una curiosa paradoja encerrada en un anciano convaleciente, al que muchos consideran un asesino despiadado; pero que al mismo tiempo se niegan a enjuiciar porque consideran que la justicia no es más que un obstáculo que perjudica sus carreras políticas y las de sus respectivos partidos, con independencia de intenciones e ideologías.
Libros como Yo, Augusto resultan de lectura imprescindible en la batalla por el respeto de los derechos humanos. Una lucha que aún no logra trascender las fronteras ideológicas.
Entre el discurso de Pinochet y el de Fidel Castro hay más de una similitud. En una entrevista aparecida en la revista The New Yorker, poco antes de su arresto en Inglaterra, el general chileno se atrevió a caracterizar al gobernante cubano como un líder ``nacionalista'', al que respetaba por la defensa firme de sus ideas. Castro siempre mostró su reserva durante el cautiverio de Pinochet, apelando al criterio de la territorialidad y advirtiendo que él nunca se dejaría capturar fácilmente.
Se ha avanzado en la denuncia de las violaciones a las libertades individuales, por encima de los criterios partidistas. Por ejemplo, en España miembros de Izquierda Unida rechazaron la última oleada represiva en Cuba. Queda aún mucho por hacer. Perseguir y torturar a un ser humano por sus ideas merece la repulsa internacional.
Parece casi imposible que se pueda ``limpiar'' toda denuncia de maltratos de la carga ideológica. Algunas organizaciones, como Amnistía Internacional, lo logran. Pero no son pocas las víctimas y sus defensores que con todo derecho exigen el castigo de sus torturadores, mientras injustamente miran para otro lado cuando se trata de condenar a otros. Ocurre entre chilenos, argentinos y cubanos, por citar tres ejemplos conocidos.
No hay terrorismo bueno y terrorismo malo. No se justifica ningún estado policial. Para los cubanos el caso de Chile debe servir en parte de ejemplo y guía, y al mismo tiempo saltan las diferencias. Castro nos ``libra'' del dilema chileno. No hay esperanza de un plebiscito en Cuba. No libra, sin embargo, a los que lo secundan. Tampoco es capaz de hacer desaparecer la posibilidad de que en el futuro los cubanos tengamos que enfrentarnos irremediablemente a una situación donde habrá que colocar en una misma balanza la conveniencia y la justicia. Un momento que encierra a la vez una incertidumbre y una esperanza.
(C) Alejandro Armengol 2004
El informe, presentado el jueves en una audiencia del Subcomité Permanente de Investigaciones presidido por el senador Norm Coleman, dice que Riggs ha maniobrado en favor de Pinochet en varias formas:
- El 26 de marzo de 1999, dos días después de que las autoridades británicas autorizaran una audiencia para determinar si Pinochet, que estaba bajo arresto domiciliario en Londres, debería ser transferido a España, donde era requerido por crímenes de lesa humanidad, Riggs permitió a Pinochet terminar prematuramente un certificado de depósito por 1 millón de libras esterlinas que estaba a nombre de la empresa fantasma de Pinochet en las Bahamas, Althorp Investment Co. Ltd. Riggs transfirió los fondos, por 1,6 millones de dólares, a un nuevo certificado de depósitos en Estados Unidos. Riggs no informó ninguna actividad sospechosa que hubiese alertado a las autoridades británicas o estadounidenses de la existencia de fondos a nombre de Pinochet.
- En marzo del 2000, el ministerio británico del Interior determinó que Pinochet no era apto para encarar un juicio debido a su precaria salud y terminó los procedimientos de extradición. Pinochet retornó a Chile luego de pasar más de 18 meses bajo arresto domiciliario. Pocos días después ese mismo mes, funcionarios de Riggs viajaron a Chile y se reunieron con Pinochet. "Es difícil creer que los funcionarios de Riggs no sabían de la reciente detención y los procedimientos legales de Pinochet cuando se reunieron con él casi inmediatamente después de su salida de Inglaterra y retorno a Chile", dijo el informe.
- En abril del 2000, abogados chilenos presentaron un recurso judicial para retirarle a Pinochet su inmunidad de senador y ser juzgado en un tribunal común. En mayo, mientras seguía el proceso en Chile, Riggs cerró la última cuenta de Pinochet en Londres y transfirió los fondos a una cuenta recién abierta a otra empresa fantasma de Pinochet en las Bahamas, Ashburton Company, Ltd. en un banco de Riggs en Estados Unidos. "Las evidencias indican que altos funcionarios de Riggs fueron informados de, y aceptaron, la transferencia. Otra vez Riggs no informó de ninguna actividad sospechosa a las autoridades".
- En agosto del 2000 Pinochet fue despojado de su inmunidad. En diciembre un juez lo acusó de violaciones de derechos humanos. El 10 de diciembre, un periódico británico informó que Pinochet tenía más de 1 millón de dólares en una cuenta en Riggs en Estados Unidos. A fines de diciembre o comienzos de enero del 2001, Riggs alteró los nombres oficiales de la cuenta personal de Pinochet en Estados Unidos, cambiándolos de "Augusto Pinochet Ugarte & Lucia Hiriart de Pinochet" a "L. Hiriart &/o A. Ugarte". Con el cambio, ninguna búsqueda electrónica del nombre "Pinochet" sería detectado en un banco de datos.
- El 29 de enero del 2001, Pinochet fue puesto bajo arresto domiciliario en Chile. El 15 de mayo, las autoridades de las Bermudas anunciaron que confiscaron bienes en respuesta a un pedido de España y congelaron cuentas de Pinochet en una subsidiaria en las Bermudas de Standard Life Assurance. En respuesta, abogados de Pinochet dijeron que el ex presidente "no tiene cuentas bancarias fuera de Chile".
- Además de ayudarle a evadir los procedimientos legales a Pinochet, Riggs incurrió en "actos cuestionables" en un periodo de dos años, del 2000 al 2002, al facilitarle en Chile el uso de fondos de sus cuentas estadounidenses.
(1) El 18 de agosto del 2000, usando fondos de las cuentas de Pinochet, Riggs emitió ocho cheques de caja, numerados secuencialmente, por un total de 400.000 dólares. Según los reguladores, Riggs pagó entonces el viaje a Chile de un banquero privado allegado para que entregara personalmente los cheques. Pinochet cambió los cheques, uno a la vez, en varios bancos chilenos en el transcurso de meses.
(2) El 15 de mayo del 2001, Riggs volvió a hacerlo. Emitió 10 cheques secuenciales de 50.000 cada uno para un total de 500.000 dólares. Esos cheques fueron girados a nombre de Maria Hiriart y/o Agusto P. Ugarte. Fueron enviados por mensajería expresa. Pinochet, otra vez, los cambió en el transcurso de meses. A diferencia de los cheques del 2000, estos nuevos cheques tomaban los fondos no de una cuenta directa de Pinochet sino de una cuenta de Riggs. "Esta acción significaba que Pinochet podía cambiarlos sin temor de ser rastreado hacia una de sus cuentas en Riggs".
(3) El 11 de octubre del 2001, Riggs repitió la acción por tercera vez, emitiendo 10 cheques secuenciales por 50.000 dólares cada uno, girados a la cuenta de Riggs, por un total de 500.000 dólares. Estaban a nombre de Maria Hiriart y/o Augusto P. Ugarte, fueron enviados por mensajería expresa y cambiados en varios meses.
(4) El 8 de abril del 2002, Riggs realizó el mismo servicio por última vez, con 10 cheques secuenciales y enviados a Pinochet en Chile. Estos cheques estaban a nombres otra vez cambiados por Riggs de "L. Hiriart y/o A.P. Ugarte" y fueron girados sobre una cuenta, ya no de Riggs, sino directamente de Pinochet.
El informe senatorial dice que Riggs transfirió en total 1,9 millones de dólares a Pinochet con la modalidad de los cheques de caja. "Cuando se le preguntó por qué, en cada ocasión, el banco emitió múltiples cheques por montos idénticos en vez de un solo cheque por el global, un empleado clave de Riggs dijo al Subcomité que Pinochet lo había requerido así de modo que pudiera distribuir los cheques a sus descendientes antes de morir".
En el 2002, Riggs creó por primera vez un perfil de cliente en un intento de documentar las fuentes de riqueza de Pinochet. Aun cuando no contenía documentos probatorios, mencionaba retornos tributarios de 1998-2001 por ingresos anuales de 90.000 dólares, una "lista insubstanciada" de ciertos viajes y comisiones que se le debían a Pinochet, dos declaraciones de éste de 1973 y 1989, en las cuales daba fe de sus propios bienes, e "importantes ganancias" en el mercado chileno de valores. Los reguladores determinaron que la información proporcionada "fue insuficiente". [RF]
LA CAZA DEL ZORRO
por Alejandro Armengol
Si Ernesto Ekaizer sólo hubiera pretendido trasmitirnos un análisis de la personalidad y los actos del ex dictador chileno Augusto Pinochet, le habrían bastado unas cuantas palabras. Catalogarlo, por ejemplo, de traidor, cobarde y asesino. Su biografía Yo, Augusto es mucho más que eso.
Sólo así se justifican las 1,022 páginas de un libro donde la figura del hombre que fue dueño de la vida de millones queda a un lado en muchos capítulos, ante el intento de enjuiciamiento que por más de un año preocupó a varios países y mantuvo en vilo una transición. El destino de una nación, que luchaba por abandonar las secuelas del horror para entrar de lleno en la vía democrática, amenazado por un acto de justicia.
La historia a veces se escribe sin ``h'', una letra ausente en la palabra ``ironía''. Valió la pena la tarea del autor de Yo, Augusto. Logró un testimonio que narra las dificultades en el esfuerzo de alcanzar la justicia sin comprometer el futuro. Ekaizer termina el libro con el espíritu en alza, porque a la afrenta de que Pinochet ha eludido la cárcel -todo lleva a presagiar que seguirá eludiéndola hasta su muerte- antepone la salvaguardia de la democracia y el castigo -nunca riguroso, pero castigo al fin y al cabo- de muchos culpables. El fin de la impunidad.
La obra aclara varias inexactitudes. Son conocidas pero vale la pena volver a ellas. Pinochet no fue el artífice del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Se sumó tarde a la conspiración. Dudó hasta el último momento. Si al final se unió a los golpistas fue porque consideró que la balanza se inclinaba a favor de éstos. Luego actuó guiado por sus ambiciones personales. Trató de perpetuarse en el poder, eliminando no sólo a sus opositores, sino también a los que compartieron con él la responsabilidad de la ruptura de la democracia chilena. Supo, en las horas que precedieron al golpe, que éste no tenía justificación política, que el presidente Salvador Allende estaba dispuesto a la realización de un plebiscito que hubiera evitado el derramamiento de sangre. Se sirvió del poder para imponer el terrorismo de estado e intentar la eliminación de todo aquél que postulara una visión contraria a sus miras estrechas.
Pinochet ha vivido lo suficiente para saber que estaba en un error. Pero su soberbia le impide reconocerlo. No sólo se ha negado siempre a pedir perdón. Se mantiene aferrado a una imagen que nunca llegó a ocupar a plenitud: la de caudillo inclaudicable. Nunca lo fue. Es y será hasta el fin de sus días un hombre temeroso, que prefirió acogerse a la patraña de un supuesto deterioro físico y mental. Invocó la clemencia cuando nunca la tuvo ante niños recién nacidos y mujeres embarazadas, a los que mandó torturar sin compasión. Fue un gobernante que aún repite que jamás persiguió el enriquecimiento personal, cuando el libro deja en claro que se aprovechó del poder para su beneficio y el de su familia.
Yo, Augusto no es simplemente el retrato de Pinochet. Durante muchos capítulos el lector casi olvida al anciano que reniega en un acomodado encierro londinense, mientras gobernantes y funcionarios de tres naciones luchan por quitarse de encima la responsabilidad sobre el futuro de ese ser que detestan - y al que preferirían ver - muerto, pero cuyo destino interfiere en sus planes políticos. Una curiosa paradoja encerrada en un anciano convaleciente, al que muchos consideran un asesino despiadado; pero que al mismo tiempo se niegan a enjuiciar porque consideran que la justicia no es más que un obstáculo que perjudica sus carreras políticas y las de sus respectivos partidos, con independencia de intenciones e ideologías.
Libros como Yo, Augusto resultan de lectura imprescindible en la batalla por el respeto de los derechos humanos. Una lucha que aún no logra trascender las fronteras ideológicas.
Entre el discurso de Pinochet y el de Fidel Castro hay más de una similitud. En una entrevista aparecida en la revista The New Yorker, poco antes de su arresto en Inglaterra, el general chileno se atrevió a caracterizar al gobernante cubano como un líder ``nacionalista'', al que respetaba por la defensa firme de sus ideas. Castro siempre mostró su reserva durante el cautiverio de Pinochet, apelando al criterio de la territorialidad y advirtiendo que él nunca se dejaría capturar fácilmente.
Se ha avanzado en la denuncia de las violaciones a las libertades individuales, por encima de los criterios partidistas. Por ejemplo, en España miembros de Izquierda Unida rechazaron la última oleada represiva en Cuba. Queda aún mucho por hacer. Perseguir y torturar a un ser humano por sus ideas merece la repulsa internacional.
Parece casi imposible que se pueda ``limpiar'' toda denuncia de maltratos de la carga ideológica. Algunas organizaciones, como Amnistía Internacional, lo logran. Pero no son pocas las víctimas y sus defensores que con todo derecho exigen el castigo de sus torturadores, mientras injustamente miran para otro lado cuando se trata de condenar a otros. Ocurre entre chilenos, argentinos y cubanos, por citar tres ejemplos conocidos.
No hay terrorismo bueno y terrorismo malo. No se justifica ningún estado policial. Para los cubanos el caso de Chile debe servir en parte de ejemplo y guía, y al mismo tiempo saltan las diferencias. Castro nos ``libra'' del dilema chileno. No hay esperanza de un plebiscito en Cuba. No libra, sin embargo, a los que lo secundan. Tampoco es capaz de hacer desaparecer la posibilidad de que en el futuro los cubanos tengamos que enfrentarnos irremediablemente a una situación donde habrá que colocar en una misma balanza la conveniencia y la justicia. Un momento que encierra a la vez una incertidumbre y una esperanza.
(C) Alejandro Armengol 2004
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