Un bolero para Caín
por Raúl Rivero
LA HABANA - Nadie mata un retrato. Por eso, la imagen que tengo de Guillermo Cabrera Infante está intacta en la contraportada de Un oficio del siglo XX, una colección de críticas de cine que el escritor publicó en Cuba, en 1963, con el seudónimo de G. Caín.
Ahí aparece, según el prologuista, con un sombrero que no es de él, es de guano. Se ve en un patio habanero. Al fondo, ropa tendida, el cielo vacío, sin nubes. Mira a la cámara como si tratara de explicarle algo al fotógrafo.
Para mí, lo que realmente desaparece ahora es una voz. Nunca lo vi, ni le di la mano. Nunca tomamos un café o un ron. En ninguna mesa de su santuario, El Carmelo de Calzada, frente al teatro Amadeo Roldán, quedan señales de una conversación nuestra, de una descarga de cine, música o literatura.
En diciembre, cuando se iba a acabar 2004, Miriam Gómez y él nos hicieron una llamada de más de una hora.
Repasamos en detalles los acontecimientos de los últimos meses, nos deseamos felicidad y salud y, al final, Guillermo invitó a Blanca, mi mujer, a pasear por un parque de Londres que está muy cerca de su casa. En cuanto puedan, dijo, vengan para ir a dar una vuelta y hablar de todo.
Era una voz, el hombre era nada más que una voz, pero el escritor me deja, nos deja a todos los que amamos, sufrimos y vivimos en español, su obra: una fortuna anchurosa y eterna. Uno la puede tocar y disfrutar todos los días. Con ella se puede ser mejor persona, cubrirse del frío y calmar la sed.
En su país habrá que esperar todavía para que ese disfrute sea abierto y llegue a todos. Sus libros están prohibidos desde el siglo pasado. Un clan de lectores perniciosos los adquirió a precios altísimos en el mercado subterráneo, aéreo debía llamarse entonces. Otros cambiaron Tres tristes tigres por una camisa, dieron seis latas de leche condensada por Arcadia todas las noches o un reloj despertador por Vidas para leerlas.
Ahora, que se ha quedado solo en ese gran parque que debe ser la muerte, espero que Cuba sepa —al fin— que Cabrera Infante recibió, en l997, el Premio Cervantes.
Estoy seguro de que ya no voy a encontrarme con Guillermo en ninguna de las dos islas. La cita que concertamos en Navidad queda aplazada. Creo, eso sí, que puedo más adelante reconfortar un poco a Miriam Gómez con unas palabras, pero no sé cómo se le da el pésame a una nación, ni cómo se le pide conformidad a un idioma.
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