outubro 21, 2004

La fragilidad de Castro



por Alejandro Armengol

Entre las especulaciones que sobre la salud de Fidel Castro ya deben estar corriendo por las calles de Miami y la realidad del hecho -una simple caída- no hay que buscar la signficación de lo ocurrido en la Plaza del Mausoleo al Ché, en Santa Clara, la noche del miércoles 20 de octubre. Es en otro terreno, el de la imagen, donde se sitúa la importancia del hecho.

Hay que ser muy optimista para especular de inmediato sobre la mala salud del gobernante cubano. Más apropiado sería decir la “mala pata”, dicho esto con el mayor respeto. Entre los diez minutos transcurridos entre el desmayo leve de Castro en junio del 2001 -y su posterior regreso al podio, demacrado y pálido- y lo ocurrido en el centro de la isla no hay relación aparente, salvo la que se desprende de un deterioro lógico en el mito de comandante infalible.


No hay duda que se dispararán de nuevo las apuestas sobre lo que ocurrirá en la isla tras la crisis que se origine a la muerte de Castro y se agudizará la lucha más o menos encubierta para colocarse en el lugar adecuado cuando esto suceda. Pero lo que queda en claro es la fragilidad de un hombre que por tantos años ha mantenido el poder con mano férrea y pisando firme sobre el terreno.

El resbalón en Santa Clara vuelve a hacer presente que tras cada acto donde aparezca el gobernante -con independencia de la importancia del acontecimiento en sí- siempre estarán las cámaras atentas para registrar el momento del traspié, el desmayo o el fin inevitable.

Nada hay de extraordinario en el hecho de que un mandatario dé un mal paso. En fecha reciente, el presidente norteamericano, George W. Bush, se cayó de una bicicleta y la anécdota apenas produjo bromas.

Es el estilo de gobierno de Castro, su presencia constante y su ritmo de actividad ininterrumpido -que tras el desmayo del 2001 sufrió algunos cambios pero no se redujo sustancialmente- lo que vuelve a quedar en duda: ¿hasta cuándo este hombre de una capacidad de trabajo extraordinaria podrá estar -o aparentar estar- en todas partes? En la noche del miércoles volvió a dar muestras de un dominio absoluto ante cualquier adversidad, no importa si grande o pequeña. Tuvo el gesto gentil de pedir disculpas por haberse caído y anticipó las posibles fracturas a consecuencia del resbalón. Añadió una frase muy cubana -“estoy entero”- y evidenció una vanidad que no se aleja de lo cierto: “ahora estaré muy interesado por ver las fotos de cómo me caí, la prensa internacional lo ha recogido y seguramente mañana estará en las primeras paginas de los periódicos”.

Pero la foto del anciano tirado en el suelo no es una buena propaganda para un país que depende de alguien al que un mal paso echa abajo. Más allá de las bromas inevitables -que con mayor o menos temor circularán por Cuba-, la realidad es que hay mucho en juego para que todo dependa de un solo individuo.
En un régimen que por tanto tiempo ha cultivado la imagen, el simbolismo y el ritual, un acontecimiento de esta naturaleza -por casual que sea- tendrá repercusiones.

A esto se añade que la inseguridad al caminar, la necesidad de apoyo y la falta de equilibrio al andar es una constante que acompaña a esta figura pública desde hace ya algún tiempo. El gobernante cubano se desmayó en una ocasión a pleno sol y se vino al suelo de noche. Apenas una metáfora de que el tiempo no se detiene. La vejez implacable se hizo presente en su rostro airado: un gobernante que hizo todo lo posible por mantener la calma entre los presentes, mientras no podía ocultar el esfuerzo para hablar tranquilo, entre el dolor y la rabia.

La caída de una persona de 78 años no debe ser motivo de burla. Aunque se trate de un enemigo y sea un dictador. Pero el empecinamiento de Castro por mantener el control absoluto sobre la isla -sin ceder la más mínima parcela de poder- pesa hoy con más fuerza que nunca entre quienes lo rodean.

Con una economía arruinada y sin esperanzas de mejorar, una situación social cada vez más insostenible y sin futuro visible, el hecho de que por un momento el mandatario cubano permaneciera en el suelo -entre guardaespaldas solícitos y funcionarios presurosos- sirvió para que un fotógrafo captara una imagen que ya integra un capítulo más en la vida del Comandante en Jefe. Es también una advertencia sorpresiva de que siempre llega un día en que hasta los más poderosos caen.

(C) AA2004